Entrevistas
Catalina Hornos – ONG Haciendo Camino
Llegó a Añatuya pensando en estar apenas un fin de semana, pero en el primer día no tuvo dudas: “Yo voy a venir a quedarme”, anunció Catalina Hornos, que entonces tenía apenas 20 años y estudiaba Pedagogía.Parecía una promesa en el aire, pero cumplió: conmovida por la realidad social de la provincia de Santiago del Estero, dejó la casa familiar en Buenos Aires para instalarse donde sabía que era más necesaria.A fuerza de insistencia y entusiasmo creó “Haciendo Camino”, una organización solidaria que trabaja en la prevención de la desnutrición infantil y en la promoción humana.Apadrinan un hogar de niños y mantienen un programa de capacitación laboral para madres y acompañamiento a sus familias.
¿Qué te motivó?
Fui a un colegio religioso y misionábamos en Corrientes.Era muy lindo, pero a mí me costaba el regreso, porque íbamos una semana y no veíamos qué pasaba después con esa gente.Yo sentía necesidad de conocer una realidad más amplia.A Añatuya llegué con mis compañeros de facultad.Cuando dije que iba a quedarme, me decían que lo pensara bien, que no lo dijera si no estaba segura porque creaba ilusiones, pero yo estaba convencida.
¿Te costó tomar la decisión?
¡Fue muy fácil! La parte complicada fue que mi familia aceptara la decisión que yo ya había tomado.Vengo de una familia muy sobreprotectora: mi papá es juez y mi mamá traductora y somos cuatro hermanos muy unidos.Acostumbrados a salir corriendo si alguno tiene media línea de fiebre, les daba miedo que me fuera sola, que estuviera lejos de casa.Creían que era muy chica: me fui con 21 años, como voluntaria.Hoy ya tengo 27 y hace un año que me pagan un sueldo para financiar los viajes.Voy y vengo por las provincias todo el tiempo buscando el apoyo de empresas e instituciones.
¿Qué es lo más gratificante de tu trabajo?
Ver el cambio.La desnutrición y la pobreza generan algo muy parecido a la depresión, la sensación de que no se puede cambiar la realidad.Yo siempre digo que las mujeres con las que más tenemos que trabajar son las que parecen apáticas.Y cuando ves que esas mismas mujeres logran conectar con sus hijos a nivel humano y empezar a buscar ellas soluciones, te das cuenta de que hay algo que pudiste cambiar.En esa familia hiciste una diferencia.
¿Y lo más difícil?
La soledad.Cuesta no estar cerca de mi familia y me cuesta combinar el trabajo con la vida personal.Tengo poca vida social, pero es una elección.Una vez por mes viajo a Buenos Aires y mis amigos se quejan de que me la paso trabajando, o que estoy muy cansada.De a poco, voy encontrando los momentos.
¿Quiénes son tus principales apoyos a nivel personal?
En Añatuya vivo en una casa que me presta el obispado y me apoyo mucho en uno de los curas.Hay otro en Buenos Aires con el que también hablo todas las semanas.Ellos me dan consejo y me ayudan.
¿Creés que ser mujer te da una sensibilidad especial para misiones como esta?
En realidad, no es una cuestión de sensibilidad: yo siempre digo que puedo vivir en Añatuya porque soy insensible.A veces viene gente por tareas solidarias, en viajes cortos, y se la pasa llorando, se angustia.Y así no se puede trabajar, no ayudás a nadie.Mi aporte femenino no es la sensibilidad sino la fortaleza.