Isabel Vermal – Chef
Entrevistas

Isabel Vermal – Chef

Empezó como un ritual familiar: Isabel Vermal llegaba a su casa después de un día en la oficina y cambiaba el traje sastre por el delantal de cocina para jugar a Doña Petrona con la mayor de sus hijas.Sin haber cumplido todavía los 40, tenía casi treinta personas a su cargo en una empresa de tecnología de la que llegó a ser gerenta para Argentina y Uruguay.Isabel era la definición de una ejecutiva exitosa.Y lo cambió todo por su sueño: Smeterling, la pastelería en la que es dueña y chef.Un nuevo éxito. 

¿Te cansaste de la vida corporativa?

Amaba mi trabajo.Aunque estudié Diseño Industrial, empecé a trabajar en marketing a los 23 años, de pura caradura.Trabajé para grandes compañías de software, aprendí mucho y la pasé genial.Pero en tecnología tenés una vida útil y, a mi edad, ya empezaba a ser un dinosaurio.Sentí que había cumplido una etapa. 

Es un cambio radical de la informática a la pastelería. 

La pastelería es para obsesivos.¡No existe cocinar a ojo! Con la cocina tuve que arrancar de cero porque venía de una casa en la que éramos seis hermanos: el menú nunca era mucho más elaborado que salchichas y calabaza hervida.A los 22 me fui a vivir sola y empecé a malcriarme a mí misma.Prestaba atención, aprendía recetas. 

¿Cuándo te volviste “profesional”?

Todavía me acuerdo de la primera vez que me fasciné con algo dulce: fue a los seis años con un dulce de peras que me hizo mi abuela en el sur.Lo probé y quedé maravillada, pero durante años la cocina era nada más que un juego con mi hija.Hubo un momento en el que me puse seria, me anoté en la Escuela de Cocina de el Gato Dumas. 

¿Ahí supiste que querías dedicarte a esto?

Cuando terminó el curso le dije a mi marido: “Algún día voy a poner una pastelería”.Viajaba mucho por trabajo y tenía pocos ratos libres en cada país.Yo veía que mis compañeros corrían a buscar casas de tecnología, mirar los últimos chiches tecnológicos.Y yo corría para el otro lado, buscando lugares para comer y comparar utensilios de cocina. 

¿Te costó tomar la decisión?

Me dio mucho miedo.Llevaba veinte años en el mundo de la tecnología y me iba súper bien.No era un simple cambio de trabajo, era un cambio de rubro y de vida.No sabía si me iba a aguantar ocho horas todos los días cocinando.No me animé a renunciar hasta 10 días antes de abrir el local.

¿Qué te definió?

Cuando le dije a mi marido que quería hacer esto, me tiró todas las contras.Con muchas dudas, me propuso que hiciera un plan de negocios, que era una manera amable de dejar morir el proyecto.Pero yo soy obstinada: lo llame a mi hermano que estaba haciendo un master y tardamos tres meses.Era más bien una lista de deseos, pero lo convencí.Terminamos de viaje juntos por Europa, probando sabores y comiendo como bestias. 

Como mujer, ¿fue difícil renunciar a una posición de poder?

Durante ocho meses, cada lunes llegué al trabajo con tortas y recetas que había estado probando el fin de semana.Muchos ponían cara rara cuando se enteraban de que cambiaba la oficina por una cocina, pero no se sorprendieron.Siempre fui intrépida y lo que tengo en mi local Smeterling es muy especial: cocinamos a la vista y charlamos con los clientes.Siempre trabajé en marketing y eso, de alguna manera, se sigue cumpliendo.